Estamos viviendo momentos extraños, el actual confinamiento decretado por las autoridades a raíz de la pandemia de Covid-19, la dureza de las informaciones que emiten los noticiarios, y el miedo (o la realidad) de que el virus afecte a alguna persona cercana, son ahora aspectos habituales de nuestro día a día que resultan difíciles de gestionar para cualquiera. Imaginaros si además eres una persona adicta en activo, y sientes la necesidad inexcusable de seguir consumiendo tu dosis.
En el campo del tratamiento a las drogodependencias algunos nos hemos reinventado para empezar a ofrecer terapias de grupo online para nuestros pacientes, otros, verdaderos héroes, siguen dirigiéndose cada día a su trabajo en los centros, para atender a aquellos enfermos que necesitan un apoyo más cercano porque, debido al poco tiempo que llevan en tratamiento, están en situación de alto riesgo de recaída.
En ambos casos, una de las reflexiones que más se escuchan estos días en terapia es justamente esa: ¿Qué habría sido de mi si esta situación me llega a pillar en activo? La respuesta es unánime, hubiera sido un infierno.
Cuando el cerebro de una persona desarrolla una dependencia al alcohol o a cualquier otra droga se producen cambios muy importantes a nivel neuronal que transforman completamente su percepción de la realidad, sus necesidades y sus prioridades.
Eso significa que, por mucha cuarentena que haya impuesto el gobierno, mi cerebro no parará de martillearme hasta que encuentre una manera y una excusa para salir de mi casa a proveerme de droga. Creedme, ese martillo dentro de la cabeza puede llegar a ser ensordecedor.
Eso significa que, al volver a casa posiblemente trataré de esconderme de mis familiares para consumir mi dosis, lo cual viene a ser como tratar de esconder un elefante en un pasillo, y que al ser descubierto y confrontado, mi enfermedad sacará lo peor de mi para protegerse. Fácilmente me pondré a la defensiva y acusaré a los demás de todo, puede que incluso me ponga agresivo.
Puede que pasado un rato, cuando la droga empiece a hacer su efecto me dé cuenta de lo que he hecho y me sienta mal, muy mal. Trataré de pedir perdón y de pasar página rápidamente, atosigando a mis seres queridos con promesas que jamás cumpliré, pero como las caras seguirán siendo largas, encontraré la excusa para mandarlo todo a paseo y volverme a largar, dando un portazo, a por más droga.
Con un poco de suerte me detendrá la policía, tal vez me ponga agresivo también con ellos y termine pasando la noche en el calabozo, eso sería lo mejor, porque en caso contrario removeré cielo y tierra hasta conseguir otra dosis, terminaré por volver a casa a seguir maltratando a las personas de mi entorno que, desesperadas, puede que actúen como si no pasara nada, con tal de no volver a vivir otro de mis estallidos. Me sentiré como un monstruo, un mierda, un mal bicho, peor que el Covid ese. Pero a pesar de ello, unas horas después todo el ciclo volverá a empezar.
Un día, cuando vuelva a casa, encontraré que no puedo entrar, han cerrado por dentro, han cambiado la cerradura. Han decidido confinarse de mí, dejar al bicho fuera, y es la mejor decisión que podrían haber tomado.
Las noticias que nos llegan sobre el aumento de los casos de maltrato y violencia de género, o las multas que se están imponiendo a personas por saltarse el confinamiento e ir al súper a comprar exclusivamente alcohol, demuestran que esta sucesión de hechos no son una ficción, si no un ejemplo de lo que está sucediendo en muchos hogares.
Una vez en la calle, es fácil que la persona adicta pida socorro pasadas unas horas, admita por fin su enfermedad, y acepte empezar un tratamiento. Somos muchos los adictos recuperados que iniciamos nuestro tratamiento después de pasar un par de días en la calle.
Pero para hacer un tratamiento se deben cumplir ciertos requisitos, a nivel de disponibilidad económica y a nivel de disponibilidad de plazas en los centros terapéuticos. En caso de que no se cumplan estas condiciones, es fácil que la situación se enquiste, y entremos en un ciclo macabro de consumos que nos aleje cada vez más de nuestros seres queridos. Hasta que la calle se convierta en lo habitual.
Las características de la situación social que estamos viviendo favorecen enormemente las posibilidades de las personas adictas para terminar en la calle, sin dinero para afrontar un tratamiento debido a la crisis económica asociada y sin plaza en ningún centro debido a la saturación del sistema.